Prode es uno de los mejores cuentos que he leído, no se bien si es una historia real o producto de la imaginación de Osvaldo Ardizzone pero le aseguro que no dejara de emocionarse con esta historia única…
PRODE
de Osvaldo Ardizzone

Los domingos de Casimiro Oyuela… Apenas una costumbre más en su vida edificada a base de acontecimientos siempre iguales. Apenas el estímulo de esos seis días de tregua que iban acumulando la promesa de la jornada distinta de la que podría disponer a su antojo. Al cabo, un par de horas más en la cama, el almuerzo con la familia, la sobremesa prolongada y, mientras servía el café, escuchar de la voz de Hortensia, el minucioso relato de toda la crónica doméstica salpicada de proyectos y de quejas… De todos modos, aunque Casimiro nunca dispuso de la agenda para planificar el sueño de ‘un fin de semana’ con paisaje campesino o el sol de alguna playa marítima, se sentía a gusto en esa comodidad muelle, tan de espaldas a la prisa, a la obligación, a la imperiosa tiranía del horario… Porque, a despecho de la monotonía de su domingo, uno concluía por acomodarse a la costumbre. Lo había reflexionado muchas veces y había terminado por admitir que, cuando las ambiciones son pequeñas, cuando los sueños no vuelan muy alto, la rutina es el mejor amigo que uno tiene… ¿Para qué lo inesperado? Mejor era descontar que ‘ese amigo’ estaría siempre esperándolo con el mismo buen ánimo, con la misma expresión cordial, con la misma incondicional puntualidad… ¿Podía llamarse a eso comodidad, resignación?
Sí, tal vez, sí. Pero eso, al menos, le proporcionaba seguridad. Y, por qué no, hasta el placer de saborear ese preludio pueril que uno mismo se elabora tan a gusto con la imaginación de cada uno. Como cuando se regresa a casa en el atardecer de un mes de julio azotado por el viento y la llovizna y se va presintiendo el acogedor recibimiento del brillo rojizo de la estufa, de la calidez de la cocina y el café humeando en la hornalla…
¿Cómo había sido la vida de Casimiro Oyuela? Llegó a la Villa Fiorito hacía un poco menos de treinta años, a ese país gris y desconocido, donde la madera y la chapa no exige mucho ingenio a la arquitectura… Esa había sido su única aventura. Cuando un día abandonó Solari, su pequeño rincón de Corrientes, con su destino inexorable de cantera y piedra, sin saber siquiera por qué… Quizá porque muchos otros lo hicieron y lo estimularon a tomar la decisión. Y no le había ido muy bien en Buenos Aires. Pero tampoco mal. Algunos nuevos amigos, un puesto en una laminadora de acero, la mensualidad que alcanzaba para algunos gastos. Un poco de ropa, la distracción de un baile, la proximidad de una muchacha. Hasta que apareció la Hortensia en la nostalgia de una polca de su tierra. Y, como les ocurre a los tímidos, enseguida fue novio. Y, poco después, el casamiento. Después el primer gran sueño de la casa de ellos, de la chapa de ellos, de los hijos de ellos… Así había sido su vida. Llegó la María Rosa que ya había cumplido los veinte años que trabajaba de doméstica más allá de la frontera, donde empiezan las casas blancas con jardines. Después, el José, justo al año, que ya fortalecía los hombros en la playa del ferrocarril. Y el último fue Martín, que andaba por los diecisiete. Distinto a todos desde los primeros años.
Alegre, ocurrente, con un descaro de chispeante simpatía. Martín llenaba la casa de carcajadas, aunque la mayor parte de su tiempo lo pasaba afuera… Su vida estaba allá en el baldío, de espaldas a la escuela, ajeno a toda otra vocación que no fuese la pelota. Al punto de que ya había cambiado no menos de cinco trabajos, desde el reparto de diarios hasta la liviana intención de familiarizarse con la mecánica. El fútbol, nada más que el fútbol. El picado interminable que sólo concluía con las últimas luces del atardecer. El desafío formal del domingo. La pasión que afloraba en su jerga cargada de giros desconocidos para el padre. Porque Casimiro apenas si conocía un poco de fútbol. Pero a despecho de algún reproche, concluyó por sucumbir ante esa obstinada y entusiasta ‘rebeldía’ de Martín… ‘Viejo… Por mí no te preocupes… Seguro que te saco de pobre… seguro, viejo… Mirá cómo andaré que ya me vinieron a buscar de varios lados… Pero, por ahora, me pienso quedar en Los Andes… Dame dos años, nada más que dos años y vas a ver la guita que voy a traer…
¿Cómo querés hacer la mosca? ¿Laburando? ¿Metido diez horas por día en el taller? Dame dos años y te lleno la casa de tela… Largamos estas chapas y nos espiramos para el otro lado donde labura la María Rosa, o ¿pensás que vamos a seguir aquí?’. Y, después de todo ese disparatado argumento, se despedía como un torbellino de contagioso optimismo que a Don Casimiro le arrancaba una irónica sonrisa. ¡Nada menos que Los Andes! Si hubiese elegido Boca, River, Independiente, Racing… ¡Sacarme de pobre! Este loco que me va a llenar la casa de plata, que me va a sacar de pobre… Y recién está en la tercera de Los Andes… ‘La rompo viejo, la rompo…’ Esa era la expresión preferida de Martín… la que le dijo esa misma mañana cuando se fue con el bolso de la ropa… ‘Esta tarde en la cancha de Boca la dejo así chiquita, viejo’. Casimiro volvió a sonreír… Así lo iba a sacar de pobre, con lo que ganaba en la tercera de Los Andes… Después de la larga sobremesa, Casimiro miró el reloj… Las tres y veinte. Era ya la hora de juntarse con la costumbre de la tarde de su domingo… Se recostaría en la cama, la radio en la mesita de luz y a escuchar los partidos mientras controlaba la boleta del Prode… Sí, una boleta muy modesta, de apenas quinientos pesos que hacía todas las semanas con los pronósticos que se le ocurrían y, que tantas veces, provocaban el comentario del risueño Martín… ‘¡Viejo! Pero ¿Usted se volvió colifa…? ¿Chacarita le va a ganar a los rojos en Avellaneda? Pero ¿usted piensa hacer con la Negrete o con la Fabiana?¿Quedarse con toda la guita del país? ¿Por qué no me la regala a mí esa media luca…?’. Alguna vez Casimiro se preguntó por qué jugaba… Porque lo hacían todos los compañeros del trabajo… Porque todo el mundo hablaba del Prode… Porque le servía como una costumbre más en su domingo… Uno hace tantas cosas nada más que porque las hacen los otros… Pero ¿ganar? Ni lo había pensado siquiera… Como decía Martín el día que acertase una boleta tan disparatadamente caprichosa, se quedaría ‘con toda la guita del país’. Como aquel Negrete… Como la Fabiana… La radio, la televisión, hasta la hicieron trabajar de artista a la pobre… ‘Hortensia, me voy a tirar un rato en la cama a escuchar los partidos… ¿Querés que te diga una cosa? Tengo el remordimiento de haber puesto a Boca contra Los Andes… ¿Sabés por qué? Por ese loco de Martín… Ya sé que juega en la tercera, pero es el club de él ¿te das cuenta? Aunque por simpatía nomás tenía que haber puesto por lo menos, un empate… Pero, Boca en la cancha de Boca ¿qué va a empatar? Ni soñando…
´¡Fútbol…! ¡Pasión de multitudes…!’. La voz de Muñoz en la transistores… Ya se inauguraba la costumbre del domingo de Casimiro… Por lo menos, hasta las seis de la tarde el día estaba cubierto… ‘Directamente del estadio de River –seguía la voz de Muñoz- donde se enfrentan el equipo local y Ferro…’ Dirigió la mirada a la mesa de luz. Allí estaban el duplicado de la boleta y la birome. Ya podía comenzar la función…
‘¡Atento, Muñoz… Gol de Chacarita en Avellaneda…! ¡Adorno a los cinco…!’. Se sonrió pensando en las bromas de Martín… ‘Pero, ¿usted es colifa, viejo? ¿Cómo va a ganar Chacarita en Avellaneda?’. Por lo menos iba acertando. Además, llevaba a su favor los dos resultados del sábado y el partido del viernes por televisión… Mejor que otras veces… ‘Atención… llamando de Santa Fe… Gol de Argentinos Juniors… Cordero a los veinte…’ Se incorporó para controlar la boleta… Se sonrió complacido. También ese resultado… Y pensó en Boca, con Los Andes… ‘Atento, Muñoz… ¡Boca uno… Potente a los veintisiete…!’. No pudo alejar su pensamiento de Martín… Pero, Boca en la cancha de Boca… ¿Cómo no iba a ganar…? ‘Atención… Resultados de los primeros tiempos…’ Revisó más ávidamente sus anotaciones… Andaba bien, bastante bien, aunque faltasen todavía cuarenta y cinco minutos… Volvió a pensar en Negrete y en Fabiana… ‘Hortensia… ¿terminaste con la cocina? Vení a ver la boleta del Prode… Mirá si en una de esas…’ Y se volvió a acordar de Martín… ‘Viejo… si vos acertás te quedás con la guita del país…’
‘¡Hortensia, Hortensia… María Rosa… Vengan a ver la boleta… Estoy acertando todos los partidos…!’. Casimiro había abandonado la cama. Necesitaba compartir con alguien esa excitación que experimentaba…
Recorría la habitación a las zancadas devorando la boleta con los ojos… ‘Faltan cinco minutos para finalizar el partido –la voz de Muñoz- y, aquí en el Monumental se va imponiendo Ferro a River por dos goles a uno…!’.
Te quedás con la guita del país… Las palabras de Martín le revoloteaban en el cerebro… ¡Qué domingo ese…! ‘Vamos a hacer una recorrida por todos los estadios’ –seguía la transistores-. ‘A ver… de Independiente…’ No, allí no había riesgos, pensó Casimiro… Dos goles a favor de Chacarita, ¿cómo podía cambiarse en tres minutos…? ‘¡A ver Unión!’. También allí andaba bien… Tres goles a favor de Racing… ¿Cuánto faltaba? ¿Cuánto faltaba para que concluyera todo…? ¿Cuántos? ¿Dos minutos? ¿Dónde habrían ido Hortensia y María Rosa…? Seguramente a la casa de la vecina… La guita del país… La casa con jardín, como había dicho Martín… La casa llena de tela… ¡Hortensia, María Rosa…! Estaba por cambiársele la vida… Dos minutos, un minuto apenas… ¡La guita del país…! ‘Atento Muñoz… ¡Gol de Los Andes en… Boca…! Boca uno, Los Andes uno… Martín Oyuela a los cuarenta y cuatro…!’. Se quedó perplejo, paralizado… ¿Cómo dijeron? ¿Oyuela? ¿Martín Oyuela…? ¿Había escuchado bien…? ‘Atención… Terminó en Boca… Boca uno, Los Andes uno… Hasta luego…’ Pero, entonces ¿Martín? ¿Él era el Oyuela del gol…? Se sentó al borde de la cama con la mirada clavada en el piso… Hortensia, Hortensia…apenas pudo balbucear…
‘¿Me escucha Muñoz? Aquí tenemos ante nuestros micrófonos al héroe de esta tarde… Martín Oyuela, el autor del gol de Los Andes que trajo el empate frente a Boca, aquí en la Bombonera… Lo dejo con usted, Muñoz, para que converse con él, adelante.
“-Señor Muñoz… Señor Muñoz… Sí, buenas tardes… Imagínese cómo me siento… El día más feliz de mi vida… Sí, me tocó ir al banco porque se lesionaron dos compañeros de la primera… Si yo ni lo esperaba… Y el técnico me hizo entrar faltando quince minutos… Bueno, vino un centro de la derecha y me adelanté a Nicolau… Alcancé a cabecear y no supe más nada… Discúlpeme, pero apenas si puedo hablar… Si usted me permite, quisiera dirigirme a mi padre que seguramente me estará escuchando… Papá… Papá… ¿Cómo estás…? Este gol es para vos… Un gran abrazo… Avisale a mamá que enseguida voy para casa con unos amigos… No sabés cómo me siento papá… Chau… Gracias, señor Muñoz… muchas gracias…”.